Aunque la fragilidad está asociada al envejecimiento, el tabaco lo puede acrecentar. Los mayores de 65 años presentan más síntomas de fragilidad cuando son fumadores. Incluso hasta un 60 por ciento más en comparación con quienes ya han dejado de fumar o no lo han hecho nunca.
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El término de fragilidad describe una falta de fuerzas y capacidad física que deja a una persona más vulnerable a la discapacidad cuando enferman o experimentan algún tipo de lesión, provocadas por golpes o caídas. Y aunque está asociada con el envejecimiento, se puede evitar o al menos mitigar su impacto.
Las personas mayores, por las características inherentes al propio envejecimiento (cambios fisiológicos, presencia de algunas enfermedades, fragilidad, etc) presentan un mayor riesgo de enfermar por el tabaco y un mayor riesgo a morir por las enfermedades que este provoca o agrava y las complicaciones que produce.
De la mortalidad atribuible al tabaco, tres cuartas partes se deben a cuatro enfermedades: cáncer de pulmón, EPOC, cardiopatía isquémica y enfermedad cardiovascular. Además, también de otras enfermedades como la tuberculosis y la depresión.
Todas ellas tienen una gran prevalencia en las personas mayores, e incluso es en este grupo de edad dónde se van a diagnosticar o comienzan a identificarse como enfermedades agudas o bien como empeoramientos de enfermedades crónicas ya conocidas, pero ahora con limitaciones funcionales, haciéndoles dependientes de una segunda persona.
Fumar potencia la mayor causa de ceguera en las personas mayores. El mayor estudio británico realizado hasta ahora sobre tabaco y ceguera en ancianos ha demostrado que el consumo de cigarrillos duplica el riesgo de degeneración macular.